Yo al igual que este amigo, sigo creyendo en que Dominguez Brito puede hacer un buen trabajo pero necesita apegarse a sus ideales y separarse de los intereses politicos.
Copia integra:
A Francisco
Domínguez Brito: Sobre el sancocho de vaca sagrada
Querido Francisco:
Te escribo con una
mezcla de tristeza, indignación y desencanto.
Me consta que eres un
hombre honesto. Como le consta a todos los que te conocimos en Los Jardines, en
los Grupos en Servicio, en La Salle, en la parroquia. Para mí, tu bonhomía no
es un concepto abstracto. He tenido el privilegio de disfrutarla personalmente.
Por eso, verte
convertido en el blanco de la ira popular, me produce una gran pena.
Pero al mismo tiempo
siento mucha rabia. Porque este embrollo te lo has buscado. Y lo peor de todo,
innecesariamente.
Recuerdo cuando
entraste al PLD, hace casi treinta años. Eran los tiempos en que hiciste los
círculos de estudio en el Comité Máximo Cabral. Eran los tiempos en que te
compraba gustoso la Vanguardia del Pueblo y las boletas de rifas que me
vendías. Porque, como muchos, pensaba que el PLD constituía la élite de la
clase política dominicana. Hasta mi padre, que siempre fue perredeísta, lo
pensaba: “Es el partido más disciplinado”.
Pero, como decía el
Hermano Pedro que decían los romanos, la corrupción de lo mejor da lo peor.
No tengo que decirte
que ese partido ya no existe. Que los círculos de estudio se esfumaron. Que a
la disciplina sucedió el desorden y a la moderación, la rapiña. Que el vicio
sustituyó la virtud. Que el guía del PLD ya no es Bosch, sino Vincho, según
dijo Leonel Fernández hace algún tiempo. El mismo Vincho que se permite las
peores bajezas cada vez que tratas de hacer su trabajo, ante el silencio
cómplice de Leonel Fernández. El mismo Leonel Fernández que te lo volvió a chubar
cuando quisiste investigar a su “hijo” Félix Bautista. El mismo Leonel por
el que metiste la mano en el fuego y por el que te has quemado, en la acepción
que le da el pueblo a esta palabra.
Pero, ¿Qué necesidad
tenías de hacerlo?¿No pudiste ordenar una investigación seria de la denuncia
que te fue presentada? Si sentías que la admiración por tu líder o la
pertenencia a tu partido te inhabilitaba para tramitarla, ¿Por qué no te
inhibiste o, mejor, por qué no renunciaste, alegando un conflicto de
intereses?¿Qué te llevó a considerar necesaria esa adhesión pública al
caudillo, propia de regímenes que creía enterrados? Te confieso que no sé que
pensar. O quizás sí.
Alguna vez alguien me
dijo: “Francisco de pendejo sólo tiene la cara”. Y no lo dijo – me parece – por
mal. Quería decir que a pesar de la corrección de tus maneras, no eres ingenuo.
Que tienes los pies sobre la tierra.
Me parece que tus
recientes decisiones se explican por tu pragmatismo. Sé que tu vocación de
servicio a la sociedad es auténtica y que es más fácil ejercerla desde el
gobierno. Imagino que habrás pensado que desestimar la denuncia contra Leonel
era el justo precio que nuestra democracia debía pagar para que se siguieran
sometiendo a otros corruptos como Amable Aristy Castro, por ejemplo (Al final
no sé si la reapertura del expediente contra Félix Bautista es de actualidad).
Si es así, te
equivocas. Es un precio demasiado alto. Nuestra democracia está exangüe.
Estamos cansados de impunidad. Estamos cansados de que hayan corruptos
sometibles y corruptos intocables. Con las vacas sagradas, queremos que se haga
un sancocho del cual comer hasta el hartazgo. Anhelamos que alguna vez, algún
político comience a anteponer a los intereses de su partido los de la nación. Y
una gran parte de la sociedad veía en ti al único (o a uno de los pocos)
político con la integridad suficiente para un precedente tan necesario.
Por eso tantos nos
sentimos desengañados. Por eso hay tanta virulencia en los ataques que recibes.
Ataques a los que me he unido, te lo confieso. Es mi derecho como ciudadano.
Pero también mi deber como amigo. Porque estoy seguro que la mayoría de los que
te recriminan tu decisión, te apoyaron antes sin reservas. Porque estoy seguro
de que entre los jóvenes que protestan, hay muchos que antes veían con buenos
ojos tus aspiraciones.
Alguna vez te dije que
la mayoría de tus simpatizantes están fuera y no dentro del PLD. Y no recuerdo
si te dije o sólo lo pensé, que lo peor que tienes es tu partido, que puedes
prescindir de él, ya que nada te aporta, más bien te resta. (Hace años que
sueño con un mandatario que gobierne sin necesidad de un la intermediación de
un partido).
No sé si leíste aquel
ensayo intitulado “Nota sobre la supresión general de los partidos políticos”,
de Simone Weil, que te envié una vez por email. Te lo mandé porque leyendo este
párrafo – que he adaptado – pensé de inmediato en ti:
“Un político que no sigue su conciencia se miente a sí
mismo.
Si un político
está decidido a seguir exclusivamente su consciencia, no puede darlo a conocer
a su partido. Entonces miente a su partido.
Si en nombre de
su partido, un político dice cosas contrarias a la verdad y a la justicia y no
lo advierte previamente, miente al pueblo.
De esas tres
formas de mentira —al partido, al pueblo, a sí mismo— la primera es con mucho
la menos mala. Pero si la pertenencia a un partido obliga siempre y en todos los
casos a la mentira, la existencia de los partidos es absolutamente,
incondicionalmente, un mal, y deben ser eliminados.”
No soy tan ingenuo
como para pensar que será posible disolver nuestros partidos. Sólo puedo
citarte el ejemplo de un político que siguió exclusivamente los dictados de su
conciencia: Juan Bosch. El Profesor fundó el PRD treinta y pico de años antes.
Y cuando llegó el momento de mentirse, prefirió abandonarlo. No botó a nadie.
Se fue. Nadó contra corriente. Empezó de nuevo desde cero. A corto plazo,
la decisión de Bosch debió parecer un error, una candidez (Recuerdo que en el
1986 el PLD sacó apenas 17 mil votos). Pero fíjate que al final su firmeza fue
recompensada: Bosch, como Moisés, los condujo a ustedes a las puertas del
Palacio Nacional. Sólo a su inmensa integridad le debe Leonel Fernández su
ascenso al poder. Y como nada le costó, Leonel lo hizo todo fiesta.
Me disculpas si te doy
un consejo que no me has pedido, pero creo que es mi deber, si no de amigo, al
menos de ciudadano:
Renuncia del PLD.
No dudes en hacerlo.
Bosch no dudó entonces. Estoy seguro de que no dudaría ahora.
No haces nada ahí,
salvo refrendar las bellaquerías de un montón de malhechores.
Quedándote no le
rindes ningún servicio a la nación. De nada sirve que aguantes estoicamente,
por ejemplo, que Vincho te juzgue por su condición. El PLD no va a cambiar.
Cada vez que quieras ascender a una posición en la que tengas libertad para
actuar, alguno de tus “compañeros” (pero ¿No comen los peledeístas siempre
solos?) con menos escrúpulos y menos virtudes – pero con más plata, eso sí – te
vencerá. Como ya te venció en la carrera por las candidaturas vicepresidencial
y presidencial.
Quedándote no te
rindes ningún servicio. Tu imagen, tu reputación, saldrá aún más estropeada.
Una manzana buena no sana las podridas. Todo lo contrario. Vete ¿Es acaso tu
vocación terminar de acólito de cínicos que te son inferiores en moral y
virtud? ¿Pretendes pasar toda tu vida siendo – nunca mejor dicho – cola de
león?
Vete. Cierra ese capítulo.
Olvídate de “servir al partido para servir al pueblo”. Eso es pura propaganda,
pura plepla. Nadie puede servir a dos amos.
Vete. No temas. Eres
más joven que Bosch lo era en el 73 Funda tu propio movimiento, donde
puedas ser plenamente fiel a tu conciencia, donde no haya el obstáculo de
fidelidades malsanas, donde puedas demostrar tu compromiso con la justicia.
Muchos te apoyaremos. Trabajaremos juntos en la construcción de una sociedad
mejor. No temas que te acusen de tránsfuga. Recuerda lo que dijo Churchill,
cuando abandonó su partido: “Hay hombres que cambian de partido en nombre de
sus ideales; otros cambian de ideales en nombre de su partido”. Sigue confiado
el ejemplo del viejo inglés: La avenida Leonel Fernández no existe – ni
existirá nunca – en el centro de Londres.
Vete, Francisco. O si
lo prefieres, quédate. Pero, entonces, no cuentes con mi apoyo. Pero sobretodo,
no cuentes con el apoyo de los ciudadanos cuya conciencia cívica hoy se
despereza.
Un abrazo,
Pablo Gómez-Borbón